Te habrán repetido infinidad de veces aquello de “eres muy bajito para jugar al balonmano”, y sin embargo, conseguiste triunfar y ser un jugador de talla mundial. ¿Dónde estuvo el secreto para convertirte en un grandísimo jugador? ¿Alguna vez estuviste a punto de dejar el balonmano por esa frase?
(risas) El secreto no lo sé… Para mi creo que la clave estuvo en dos entrenadores que me enseñaron a interpretar la pista de balonmano bajo los parámetros tiempo y espacio. Cuando entendí esto, comprendí el juego. Era tan sencillo y complicado a la vez saber que tenía un espacio para ocupar en un determinado tiempo. Dada mi estatura, debía dominar esos conceptos y fue gracias a ellos por los que pude jugar en la élite siendo tan bajito (risas). Entendí esos conceptos muy bien y los supe utilizar en mi favor al jugar contra jugadores más grandes y fuerte. También es cierto que siempre me ha apasionado el balonmano, que he visto muchos vídeos, que he aprendido de muchos entrenadores… y todo contribuyó para llegar donde llegué.
Claro que tuve alguna ocasión en la que me cuestioné lo de jugar. Con 17 años me dijeron que se me daba muy bien el balonmano y el fútbol, y que sería mejor que me dedicara al fútbol. No sé qué habría pasado, pero a mí me atraía más jugar al balonmano. Con 17 años tuve la oportunidad de poder jugar en la primera división sueca y me decanté por esa opción. También suponía la oportunidad de demostrar que no llevaban razón, y es que uno no sabe realmente donde están sus límites y hay que buscar llegar lo más lejos posible porque somos capaces de mucho.